
Los santos son nuestros hermanos bienaventurados, que están ya en la gloria de Dios. Su vida es una obra maestra de la gracia divina. Ellos son los hombres de Dios por excelencia, los amigos de Dios, sus hijos predilectos. Desde el tesoro de la Iglesia que es la Comunión de los Santos ¡Cuántas gracias y dones nos otorgan mediante su intercesión! Y también, cuánto! nos han enseñado con su ejemplo de vida, con el legado de sus palabras, sus libros, de sus obras por la Iglesia. Pienso que cada uno de ellos es una lección magistral, de cómo seguir y vivir profundamente a Cristo a partir de la situación particular de cada quien. Esta fiesta debe ser para nosotros un día de paz y alegría; y una invitación a seguir su ejemplo, buscando cada quien desde el lugar que esté, su propio camino a la perfección de la santidad, a la cual todos estamos llamados!
